PARIS-BERCY: LA ESTACIÓN QUE ME HIZO VALORAR LO QUE VENDRÍA
Recuerdo, luego del término de Viaje de Estudios que nos llevó por España y Francia, cuando junto a una amiga y un amigo, viajamos a Roma desde París.
El tren partía de Paris-Bercy a las 19:09 hrs. de ese día 21 de Enero de 2005. Como debíamos dejar el albergue antes de cierta hora en la mañana, llegamos los tres cerca de las 11:30 hrs. Jamás olvidaré como una de las tantas puertas de entrada a la estación se habría de golpe a causa del viento y a través de ella salía una bolsa dando vueltas por los aires. En ese momento me di cuenta cuán pequeña y desierta era la estación y las horas de espera que nos quedaban por adelante.
Contrario a nuestros deseos, en ella no había ningún lugar donde dejar el equipaje, ni ningún tipo de entretención, más que nosotros mismos. Ni siquiera se encontraban los que atendían en los mesones. Fuimos a una estación cercana, la Gare de Lyon, para ver la posibilidad de dejar las mochilas y bolsos en algún casillero y poder así matar el tiempo dando algunas últimas vueltas por París. ¡Y había! Pero el precio único eran 30€ por cada uno, suma que no estábamos dispuestos a pagar de ningún modo.
Y así fue como debimos pasar ocho largas horas cuidando nuestro equipaje en la estación Paris-Bercy, leyendo, riendo, durmiendo en las incómodas sillas, turnándonos para ir a comprar almuerzo, o simplemente, haciendo nada.
En esas horas deseábamos con ganas haber realizado el viaje por aire, tal cual como varios de nuestros compañeros habían hecho al partir cada uno hacia diferentes países europeos.
Recién a las 16 hrs. se produjo algo más de movimiento, cuando era la hora de llegada del primer tren del día para su posterior salida. A partir de ese momento no estábamos más solos. A pesar que luego de unos minutos, la estación volvió a quedar vacía, al menos contábamos con la presencia de los que atendían en el mesón y otro caballero, que llegó cerca de la una de la tarde, para tomar el mismo tren que nosotros.
A las 18 hrs., nuevamente el lugar se llena de viajeros, gente iba y venía para tomar o dejar el tren estacionado, y nosotros aún ahí, pasivos espectadores, a la espera de nuestro turno.
Y finalmente llegó. Tal cual como decía el ticket, a las 19:09 hrs. en punto, el tren comenzó a marchar rumbo a Roma, Italia. Previendo ya las quince horas de agotador viaje, nos alentaba el hecho de saber que al menos nos encontrábamos en camino.
A pesar que ya tenía cierta experiencia en trenes anterior a ésta, tanto en Chile como en Europa, pero en otro tipo de situaciónes, este recorrido fue realmente excepcional. Sentir el ruido que hacían las ruedas al rozar los rieles metálicos, ese movimiento tan único que poseen los trenes, mirar por la ventana y ver pequeños pueblos iluminados, a kilómetros de distancia de grandes ciudades, pasar de estación en estación y observar a la gente tan abrigada a causa del frío, para finalmente acostarte y dormirse junto a todas esas sensaciones que se repiten una y otra vez incesablemente, y despertar al día siguiente cuando el tren aún se encuentra en movimiento pero ya cerca del tan esperado destino.
Y seguir viajando luego, de Roma a Florencia, de Florencia a Venecia, de Venecia a Zürich y de Zürich a París nuevamente para comenzar el retorno a mi querido país.
El tramo que cobró mayor significado fue el de Venecia a Zürich, no sólo por el hecho de haber recorrido el corazón de los Alpes Suizos y haber observado tanta majestuosidad, sino porque ahí me di cuenta finalmente que ya no deseaba haber hecho la ruta por aire, como tanto anhelábamos en un principio, sino que agradecía haber ahorrado esos euros y haber tenido que esperar ocho horas en una estación de tren, porque lo que recibí a cambio fue un espectáculo de paisajes diversos y maravillosos, y la esencia de los pueblos característicos de cada zona geográfica de los países recorridos. Pude sentir como nunca que me encontraba en Europa por segunda vez.
Realmente fue algo único, por lo que estoy dispuesto a esperar nuevamente ocho horas en alguna otra estación del mundo para viajar en tan legendario medio de transporte como es el tren, para que me lleve por los parajes que sólo él sabe recorrer.
El tren partía de Paris-Bercy a las 19:09 hrs. de ese día 21 de Enero de 2005. Como debíamos dejar el albergue antes de cierta hora en la mañana, llegamos los tres cerca de las 11:30 hrs. Jamás olvidaré como una de las tantas puertas de entrada a la estación se habría de golpe a causa del viento y a través de ella salía una bolsa dando vueltas por los aires. En ese momento me di cuenta cuán pequeña y desierta era la estación y las horas de espera que nos quedaban por adelante.
Contrario a nuestros deseos, en ella no había ningún lugar donde dejar el equipaje, ni ningún tipo de entretención, más que nosotros mismos. Ni siquiera se encontraban los que atendían en los mesones. Fuimos a una estación cercana, la Gare de Lyon, para ver la posibilidad de dejar las mochilas y bolsos en algún casillero y poder así matar el tiempo dando algunas últimas vueltas por París. ¡Y había! Pero el precio único eran 30€ por cada uno, suma que no estábamos dispuestos a pagar de ningún modo.
Y así fue como debimos pasar ocho largas horas cuidando nuestro equipaje en la estación Paris-Bercy, leyendo, riendo, durmiendo en las incómodas sillas, turnándonos para ir a comprar almuerzo, o simplemente, haciendo nada.
En esas horas deseábamos con ganas haber realizado el viaje por aire, tal cual como varios de nuestros compañeros habían hecho al partir cada uno hacia diferentes países europeos.
Recién a las 16 hrs. se produjo algo más de movimiento, cuando era la hora de llegada del primer tren del día para su posterior salida. A partir de ese momento no estábamos más solos. A pesar que luego de unos minutos, la estación volvió a quedar vacía, al menos contábamos con la presencia de los que atendían en el mesón y otro caballero, que llegó cerca de la una de la tarde, para tomar el mismo tren que nosotros.
A las 18 hrs., nuevamente el lugar se llena de viajeros, gente iba y venía para tomar o dejar el tren estacionado, y nosotros aún ahí, pasivos espectadores, a la espera de nuestro turno.
Y finalmente llegó. Tal cual como decía el ticket, a las 19:09 hrs. en punto, el tren comenzó a marchar rumbo a Roma, Italia. Previendo ya las quince horas de agotador viaje, nos alentaba el hecho de saber que al menos nos encontrábamos en camino.
A pesar que ya tenía cierta experiencia en trenes anterior a ésta, tanto en Chile como en Europa, pero en otro tipo de situaciónes, este recorrido fue realmente excepcional. Sentir el ruido que hacían las ruedas al rozar los rieles metálicos, ese movimiento tan único que poseen los trenes, mirar por la ventana y ver pequeños pueblos iluminados, a kilómetros de distancia de grandes ciudades, pasar de estación en estación y observar a la gente tan abrigada a causa del frío, para finalmente acostarte y dormirse junto a todas esas sensaciones que se repiten una y otra vez incesablemente, y despertar al día siguiente cuando el tren aún se encuentra en movimiento pero ya cerca del tan esperado destino.
Y seguir viajando luego, de Roma a Florencia, de Florencia a Venecia, de Venecia a Zürich y de Zürich a París nuevamente para comenzar el retorno a mi querido país.
El tramo que cobró mayor significado fue el de Venecia a Zürich, no sólo por el hecho de haber recorrido el corazón de los Alpes Suizos y haber observado tanta majestuosidad, sino porque ahí me di cuenta finalmente que ya no deseaba haber hecho la ruta por aire, como tanto anhelábamos en un principio, sino que agradecía haber ahorrado esos euros y haber tenido que esperar ocho horas en una estación de tren, porque lo que recibí a cambio fue un espectáculo de paisajes diversos y maravillosos, y la esencia de los pueblos característicos de cada zona geográfica de los países recorridos. Pude sentir como nunca que me encontraba en Europa por segunda vez.
Realmente fue algo único, por lo que estoy dispuesto a esperar nuevamente ocho horas en alguna otra estación del mundo para viajar en tan legendario medio de transporte como es el tren, para que me lleve por los parajes que sólo él sabe recorrer.