martes, abril 03, 2007

LOS AÑOS PASAN VOLANDO

Nuevamente les transcribo una publicación que apareció en el Domingo en Viaje de el Mercurio, en la sección "poste restante", la cual me pareció interesante compartir.

Si mal no recuerdo, el cuento era así; si un astronauta viajaba muy lejos, a varios años luz de distancia, al regresar advertía que amigos y familiares habían envejecido de sopetón. Pero él -el Odiseo estelar- estaba igual de lozano que cuando partió. Qué envidia. Qué rabia. Qué ganas de que las cosas fueran así en cualquier vuelo doméstico. Pero no. Lo cierto es que basta tomar un avión, no sé, a Antofagasta, para que de pronto te des cuenta de que ya no eres el mismo. Pocas millas se necesitan para que lenta, casi imperceptiblemente, acortes la ruta que te convierte en abuelo.

No me digan que no: viajar educa, entretiene, relaja, lo que quieran. Pero además suma años. ¿Viajas a Europa? Acéptalo: tendrás más papada. ¿A China? Más canas. ¿A Buenos Aires? Si no vas por cirugía, seguro que más flaccidez. ¿Una prueba de lo que estoy diciendo? Pues la sala de redacción de esta revista. Ellos no se dan cuenta, claro, porque pasan viajando. Pero uno que los ve de tanto en tanto nota la diferencia. Pelo, ojos, labios han sufrido en las playas de Uruguay, Brasil, Roatán. El frío, el viento, el sol han hecho lo suyo en Mongolia, Alaska y Patagonia. No sé que dirán los médicos pero uno lo nota: hasta el más simple viaje es signo de somnolencia, fatiga, pérdida de memoria, problemas con la barriga, mal genio y, lo peor, serios problemas para dormir. Okey: vas a Hamburgo y el viaje no estará completo si no conoces el barrio rojo, pero el punto no es cuán agitado quieras estar. Simplemente hay algo físico en arrastrar la maleta, subir y bajarse del bus, del taxi, de la carreta, ver mapas, preguntarse una y otra vez ¿estoy en la dirección correcta?, ¿estoy? Para qué hablar del poco estudiado efecto del estré que significa el continuo cambio de W.C.

Soy un convencido: así como las tabacaleras advierten cuál peligroso es fumar, las aerolíneas deberían pegar un sticker que diga: este vuelo te hace más viejo. Qué mejor prueba de ello que la disritmia circadiana. El bien conocido jet-lag. Ese tremendo desbarajuste que produce curzar usos horarios, un asunto más que estudiado. La glándula pineal enloquece. El reloj biológico se va a las pailas. ¿Resultado? La luz de la mañana activa, la del ocaso aletarga. Tanto que, según dicen, se necesita al menos un día por cada meridiano cruzado para poderse adaptar. Claro que nunca se logra del todo. El daño celular ya está. Los cambios en el ciclo del sueño han hecho lo suyo. Otro tanto el desbarajuste hormonal.

Dicen que tomar precauciones ayuda. Entre ellas beber mucha agua y, en el eavión, evitar el café y el consumo de grasa. Incluso he leído que pellizcarse las fosas nasales no está nada de mal. Y, como sea, dormir en el vuelo. Luego, ya en destino, hay que comportarse como lor de Nastizol. Es duro pero hay que aguantar. Hay que hablar, caminar, luego internarse en el hotel y zamparse al menos una pastilla melatonina: la verdadrea pastilla del día después.

¿Santo remedio? Vale la confesión: si no he probado todo, casi. ¿Sirve? No creo. Hay que acostumbrarse a la idea. Los años pasan volando y no sólo millas gana el viajero frecuente. Arrugas también. Nadie debiera obviarlo en el presupuesto.


Sergio Paz
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